domingo, 6 de diciembre de 2009

Si entre hermanos se pelean...



- LatinoAmérica

“… Latinoamérica aparece como
el proveedor natural
de todo…
Petróleo, agua dulce y biodiversidad
son los elementos que mueven
la voracidad de la política exterior
de Estados Unidos…”
Marcelo Colussi

No es nuevo. Sí amplia lo que en Fase Final hemos reflexionado. No se trata de un supuesto “loco”, ya es una hipótesis concreta. Tal es así que uno de los periodistas y escritores mejor informados, Marcelo Colussi, suscribe la idea de un conflicto regional.
Como introducción o ampliación a lo hoy publicado, sugerimos este informe multifocal: Lo que llega: NarcoGlobalización (abril 2009)
También hay referencias importantes en Más destellos de la próxima guerra (mayo 2009)
Del artículo de Colussi publicamos lo que a nuestro entender configura la hipótesis central. Para quien desee leerlo en su totalidad, al final como siempre sumamos el link respectivo, ya que es un trabajo especial para Argenpress.

Reiteramos: “estar preparados es estar fortalecido”. Lao Tse.
FF

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Latinoamérica: La guerra que se viene. ¿Un nuevo Medio Oriente?

Por Marcelo Colussi

¿Suenan tambores de guerra en Latinoamérica? Definitivamente: sí. La amenaza es doble, y en un sentido novedosa: el militarismo estadounidense está en su punto máximo (factor ya conocido desde hace un siglo), a lo que se agrega una carrera armamentista en que han entrado los países de la región, lo cual sí es nuevo, desconocido en épocas pasadas. En relación a la presencia de la potencia del Norte, eso no es novedad.Pero sí lo son las hipótesis de conflicto con posibilidades reales de consumación que empiezan a desarrollarse entre algunas naciones. Lo patético es que, en este segundo punto, ningún latinoamericano podría decir por qué sucede. Más aún: América Latina es, desde las guerras independentistas de principios del siglo XIX, una región relativamente libre de conflictos armados, por lo que una guerra en estos territorios no obedece, al menos en principio, a ninguna lógica histórica. Lo cual debería llevar a preguntar por las causas de una eventual conflagración. No hay dudas, entonces, que allí se juega alguna agenda oculta. Y más aún: una agenda que no se corresponde para nada con los intereses reales de las sociedades del área. Como dijo alguna vez el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel: “salvo Estados Unidos, ningún país tiene un proyecto consistente para la región. Aunque, claro está, ese proyecto no es precisamente el que necesitamos los latinoamericanos”. Se aplica cabalmente aquí aquello de “nuestra ignorancia fue planificada por una gran sabiduría”.

Si hay guerra, o sería una guerra popular de defensa de intereses nacionales contra una invasión de una potencia extra-regional (una invasión estadounidense) o, eventualmente, una guerra entre países vecinos, que no sería en modo alguno una guerra de los latinoamericanos. Sería, en todo caso, un enfrentamiento donde las poblaciones y sus dirigencias actuarían como piezas de un rompecabezas armado desde fuera. Y quien las movería no sería otra que la clase dirigente de la gran potencia del Norte –por supuesto, a través de la administración gubernamental de turno–, dueña y señora de lo que considera su patio trasero: los países al sur del Río Bravo.

¿Se encamina Latinoamérica a alguno de estos escenarios de guerra interestatal? No está descartado.
Desde la puesta en práctica de la Doctrina Monroe –“América para los americanos”– todo el subcontinente latinoamericano fue el reservorio de materia prima y mano de obra barata para la expansión económica de Washington, así como un mercado cautivo para sus productos industriales. Eso no ha cambiado al día de hoy sino que, por el contrario, se va intensificando. Ante el no muy lejano agotamiento de las reservas petrolíferas propias y de otros puntos del planeta, contando además con que su modelo de producción y consumo se centra en forma escandalosa en el despilfarro de oro negro, a lo que se suma el también próximo agotamiento de las fuentes de agua dulce, y ante la imperiosa necesidad de materias primas tomadas de la biodiversidad de las selvas tropicales que alimentan las industrias farmacéuticas y de la ingeniería genética y otros minerales cada vez más imprescindibles para las nuevas tecnologías que el imperio desarrolla, Latinoamérica aparece como el proveedor natural de todo esto en la lógica de dominación de la Casa Blanca. Petróleo, agua dulce y biodiversidad son los elementos que mueven la voracidad de la política exterior de Estados Unidos.
… toda la zona al sur de su frontera es un virtual teatro de operaciones, y los diversos planes en juego –Puebla-Panamá y Mérida (para México y Centroamérica), Patriota (antes llamado Colombia, el principal punto de referencia en el subcontinente), Dignidad (para atender toda la región amazónica), la renacida IV Flota custodiando las aguas oceánicas– más la cohorte de instalaciones militares fijas que ha desplegado por la región, evidencian que Washington toma muy en serio a su patio trasero.

Ahora bien, la militarización a que asistimos tiene características especiales, inéditas incluso: estamos ante un crecimiento de bases estadounidenses con tecnologías de punta como nunca, que sirven en principio para el control y el espionaje, y si fuera necesario, para el despliegue de fuerzas de intervención directa. Pero se ello se complementa con las nuevas hipótesis de conflicto que barren el área: hay un nuevo polo militar que crea desbalance regional, y se llama Colombia.

Como dijera el ex canciller argentino Guido Di Tella: “relaciones carnales” con el big brother (eufemismo por decir en buen criollo: “bajada de pantalones”, con todo lo que conlleva la sexista metáfora en juego). Para muestra, véanse cualquiera de los artículos del acuerdo, por ejemplo, el número IV: “Acceso, uso y propiedad de las instalaciones y ubicaciones convenidas”: “Las autoridades de Colombia, sin cobro de alquiler ni costos parecidos, permitirán a Estados Unidos el acceso y uso de las instalaciones y ubicaciones convenidas y a las servidumbres y derechos de paso sobre bienes de propiedad de Colombia que sean necesarios para llevar a cabo las actividades dentro del marco del presente Acuerdo, incluida la construcción convenida”. O el número VI: “Pago de tarifas y otros cargos”: “Las aeronaves de Estado de Estados Unidos, cuando se encuentren en el territorio de Colombia, no estarán sujetas al pago de derechos, incluidos los de navegación aérea, sobrevuelo, aterrizaje y parqueo en rampa. Los buques de
Estado de Estados Unidos recibirán el mismo tratamiento y privilegios que los buques de guerra, y en consecuencia no estarán sujetos al pago de tasas de señalización marítima y fondeo. Estados Unidos pagará las tarifas establecidas en los puertos concesionados por los servicios solicitados y recibidos de las empresas comerciales. […]… de conformidad con el derecho consuetudinario internacional y la práctica, las aeronaves y buques de Estado de Estados Unidos no se someterán a abordaje e inspección”.

De acuerdo a ese convenio, la ahora nada soberana República de Colombia cede a las fuerzas estadounidenses el uso de siete puntos estratégicos de operaciones dentro de su territorio: Malambo, sede del Comando Aéreo N° 3, Cartagena, con su base naval, Tolemaida, del ejército, Bahía Málaga, base naval en el Pacífico, Larandia, también perteneciente al ejército, Palanquero, del Comando Aéreo N°1 y Apiay, sede del Comando Aéreo N° 2. El equipo extranjero será altamente sofisticado: aviones C-17 y Orión C-3, especiales para el espionaje electrónico y considerados poco funcionales para combatir a la guerrilla o al narcotráfico, ideales, en todo caso, para operaciones quirúrgicas como la desarrollada en enero del 2008 contra el segundo comandante de las FARC colombianas, que fuera detectado y bombardeado en territorio ecuatoriano, en plena selva.

De acuerdo a un documento del Departamento de la Fuerza Aérea del Departamento de Defensa de Estados Unidos, “la intención es utilizar la infraestructura existente […] mejorar la capacidad de Estados Unidos para responder rápidamente a una crisis y asegurar el acceso regional y la presencia estadounidense [con lo que se] garantiza el acceso a todo el continente de Suramérica con la excepción de Cabo de Hornos. [Esto] nos da una oportunidad única para las operaciones de espectro completo en una sub-región crítica en nuestro hemisferio, donde la seguridad y estabilidad están bajo amenaza constante de las insurgencias terroristas financiadas por el narcotráfico, los gobiernos anti-estadounidenses, la pobreza endémica y los frecuentes desastres naturales”.

En términos estratégicos, Washington comienza a tener ante sí un escenario que le cuestiona su absoluta hegemonía de décadas atrás. En lo económico, siendo aún la primer potencia, hace tiempo que viene perdiendo dinamismo, y nuevos actores internacionales van camino a cuestionarlo. El dólar está dejando de ser la moneda universal intocable. En la región sudamericana, dentro de esa lógica de pérdida de presencia, Brasil es una nueva fuerza económica que puede quitarle protagonismo. Y de hecho la mayor parte de la Amazonia –vital para la estrategia de la Casa Blanca– se encuentra en su territorio. Por tanto, como apuesta por el mantenimiento de esa supremacía en el mediano plazo, la estrategia imperial apunta a contener a Brasil. Pero este país, décima economía mundial, con una oligarquía nacional que ya se comienza a sentir envalentonada y reclama una silla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, lidera un bloque como el MERCOSUR que, indefectiblemente, pasa a ser también un grupo de incidencia política. Lo cual se complementa, también, con pretensiones de hegemonía militar. La carrera armamentista en que ha entrado el país carioca con la modernización de sus arsenales compite con la delegación estadounidense en la zona: Colombia. Las fuerzas armadas que crecen y las armas que se acumulan en los arsenales –esto es una “ley” largamente demostrada en la historia– tarde o temprano entran en acción. La única guerra en que no se dispararon tiros directamente los contendientes fue la Guerra Fría; pero ahí, los misiles que no se lanzaban las potencias tenían como correlato las guerras locales que desangraron el mundo luego de terminada la Segunda Guerra Mundial en representación de los respectivos bloques de poder. Hoy no hay Guerra Fría, y el petróleo y el agua dulce se agotan (dicho sea de paso, un ciudadano estadounidense medio consume 100 litros diarios de agua, contra 30 de un europeo y 1 de un africano). Las pretensiones hegemónicas de Brasil encuentran su correlato en una Colombia hiper armada (en proporción a su población, las fuerzas militares más grandes de Latinoamérica, y en términos absolutos, similares a las de Brasil). Ya está claro su papel obstructor y disgregador, tal como puede apreciarse en UNSAUR y en el Consejo de Defensa Suramericano. ¿Para qué necesita Colombia los gastos militares, en proporción, más altos del mundo, más que los del propio Estados Unidos? Para combatir al narcotráfico, evidentemente no, porque la producción de hoja de coca y su transformación en cocaína, luego de casi 10 años de plan Colombia (y luego Patriota) no desaparecieron. Todo apunta más a que su papel tiene que ver con un Israel en los desiertos del Medio Oriente; allá hay hidrocarburos. Aquí no sólo eso: también recursos hídricos y biodiversidad. Además de gobiernos díscolos, como el de Hugo Chávez, o el de Evo Morales. Y grupos sociales que siguen reivindicando cambios (los movimientos indígenas latinoamericanos son una de las principales hipótesis de conflicto del Pentágono para las primeras décadas del siglo XXI)…”
> http://www.argenpress.info/2009/12/latinoamerica-la-guerra-que-se-viene-un.html

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