domingo, 31 de mayo de 2009

El socialismo es represivo en sentido freudiano




(reprime el ello desencadenado para constituir un yo civilizado)

“… a nadie le importan nada los valores
clásicos de la democracia burguesa:
ciudadanía, voluntad soberana,
Estado de Derecho”.
Alba Rico

Santiago Alba Rico representa uno de los más lúcidos pensadores de la izquierda española post franquista. Nació en Madrid en 1960. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española (el muy conocido 'La Bola de Cristal' entre ellos). Ha publicado artículos en numerosos periódicos y revistas y, entre sus obras, se cuentan los ensayos 'Dejar de pensar', 'Volver a pensar', 'Las reglas del caos' (libro finalista del premio Anagrama 1995), 'La ciudad intangible', 'El islam jacobino', 'Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos', 'Leer con niños' y 'Capitalismo y nihilismo', así como dos antologías de sus guiones: 'Viva el Mal, viva el Capital' y 'Viva la CIA, viva la economía'. Argenpress lo entrevistó por medio de su corresponsal Marcelo Colussi.
Argenpress: El triunfo de la izquierda que algunos daban por descontado décadas atrás -quizá con un triunfalismo excesivo, vacío incluso- hoy día parece lejano, casi utópico. Las propuestas de izquierda son presentadas como 'fuera de moda', y contar con una opción socialdemócrata ya puede considerarse como todo un avance. ¿Qué está pasando con la izquierda en el mundo? ¿De verdad ya no tienen vigencia esos planteos?
Santiago Alba: Si nos arriesgamos a hablar de la izquierda en abstracto y en general, conviene hacer dos consideraciones también generales. En primer lugar, no creo que sea cierto que la izquierda política haya retrocedido en los últimos años. Más bien, al contrario, podemos decir que, en torno al eje cronológico de las protestas de Seattle y a pesar del retroceso experimentado tras el fracaso de las movilizaciones contra la invasión de Irak, la cantidad global de conciencia anticapitalista no ha dejado de aumentar en los últimos diez años, aunque no en la misma proporción que la masiva, omniabarcante agresión del capitalismo. Parafraseando a Malthus, el problema es que la conciencia anticapitalista crece de un modo aritmético e individual, sin llegar a cristalizar en movimientos u organizaciones capaces de equilibrar las fuerzas, mientras que la agresión capitalista aumenta de un modo geométrico o exponencial y se vehicula a través de una verdadera internacional de la injusticia muy bien organizada en todos los campos, tanto constructivos como destructivos (mediáticos, legislativos, económicos, represivos y militares). En estas condiciones, podemos concluir que, cuanta más conciencia individual anticapitalista hay, más aumenta precisamente la conciencia de la derrota, el fracaso y la impotencia. Y cuantos más individuos de izquierdas hay -como se ha puesto de manifiesto en Europa- menos representación institucional tiene la izquierda.
En cuanto a la vigencia de los análisis y planteamientos marxistas (para no andarnos con eufemismos) están tan trágicamente vigentes como lo está su propio objeto de pugna: el capitalismo. Lo está aún más que en tiempos de Marx, porque el capitalismo, que ignora al mismo tiempo los límites físicos y las diferencias antropológicas y morales, ya no amenaza sólo las vidas o el bienestar de algunos seres humanos -por muchos que fueran- sino la supervivencia misma del planeta. El capitalismo no es el pasaje doloroso a un régimen de justicia general -socialismo o comunismo- sino la implosión interior, a fuerza de crecimiento, de una exterioridad total más allá de la cual no hay nada (o sólo la nada). El socialismo no viene después del capitalismo sino antes de él. El socialismo, el comunismo, no son ya una cuestión de orientación o sensibilidad, ni siquiera de necesidad sobre el terreno, tampoco de conciencia de clase, sino de conciencia en general. El problema es que la 'conciencia en general', por muy aguda o trágica que sea, no transforma nada; separada de la tierra, desprendida en el aire de los otros seres humanos, sin organización ni poder, es tan insoportable que acaba más bien suicidándose en favor del enemigo (bien a través de narcóticos tecnoconsumistas, bien a través de extremismos inoperantes).
Argenpress: Las ilusiones de cambios sociales del siglo XX parecieran muy golpeadas hoy, luego de la caída de buena parte de las primeras experiencias socialistas (el muro de Berlín se nos vino encima). Más allá del triunfalista discurso de la derecha, la historia no ha terminado, pero sin embargo el campo popular pareciera bastante castigado. ¿Cómo se va a recomponer ese campo? ¿Cómo retomar los ideales de décadas pasadas por un mundo de mayor justicia?
Santiago Alba: Para responder a tu pregunta -prolongación un poco de la anterior- es necesario descender ahora muy brevemente a la distribución territorial de las resistencias sobre el mapa del mundo. Si comenzamos por Europa, conviene admitir -nos conviene admitir a los europeos- que 'la corriente central de la historia' no pasa ya por nuestro continente. Nuestra relativa centralidad económica no va acompañada ahora de una pareja vitalidad cultural, ideológica o política (ni siquiera desde el punto de vista liberal o capitalista). La derrota total del 'campo popular', tras el espasmo prometedor del 68, no fue el resultado de la represión ni de las concesiones arrancadas en el marco del Estado del Bienestar sino de lo que, en una serie de artículos redactados a principios de los 70, Pier Paolo Pasolini llamaba 'hedonismo de masas', asociado al tecnoconsumismo, como victoria intramuscular -intravenosa- del fascismo que muchos ingenuamente creyeron derrotado. Es lo que yo denomino la hambruna endémica de la abundancia, tan desintegradora como el canibalismo, y que ha acabado por desarmar todas las defensas. En este contexto, y sin una Unión Soviética que sirva de contrapeso (al menos ilusorio), los gobernantes europeos ya no necesitan fingir fidelidad a los principios que siguen invocando por inercia, y no necesitan fingirla porque saben que a nadie le importan nada los valores clásicos de la democracia burguesa: ciudadanía, voluntad soberana, Estado de Derecho. A nadie le importa siquiera la pérdida de derechos laborales conquistados durante doscientos años y cedidos en una semana. Mataremos por nuestros cachivaches -refrescos, partidos de fútbol, electrodomésticos- como en las situaciones de hambruna material la gente se mata por un caballo muerto. Siempre me he resistido a utilizar el término 'fascismo' porque, a fuerza de sobresemantización, había acabado por perder el rigor de la definición para adquirir tan solo la vaguedad ofensiva de un epíteto; pero creo que es hora de volver a utilizarlo, sin perder de vista precisamente el nuevo formato tecnoconsumista. Rossana Rossanda, la extraordinaria comunista italiana, resumía en una frase la continuidad subjetiva e institucional de este nuevo fascismo: 'Lo grande amansa, lo pequeño asusta'. Aterrorizados por el pequeño delincuente, por la presencia inmigrante, por el terrorismo inexistente o por la gripe aviar y la violencia doméstica, los europeos votamos a quienes nos arrebatan las libertades públicas y los derechos laborales porque nos prometen más policías, más olimpiadas y más créditos baratos (esos mismos gobernantes -por cierto- que llaman 'populistas' a Chávez, Correa o Morales). En este contexto, ¿cómo recomponer las fuerzas? La izquierda debe tratar de reunir todas esas numerosas partículas dispersas a partir de la renuncia a una doble ilusión ligada al pasado: la de que es posible disputar la 'autoridad' de la derecha en su propio terreno (a través, por ejemplo, de sus medios de comunicación o de su populismo electoralista) y la de que los partidos tradicionales pueden cumplir todavía alguna función si se les somete a algunos trasplantes de órganos o algunas operaciones de cirugía estética. La labor de la izquierda en Europa debe ser la de la concienciación y organización a ras de tierra, mediante acciones modestas y discursos dirigidos casi boca a boca -como en los viejos tiempos-, con la urgencia del que sabe que el tiempo de la crisis es de mecha rápida y con la paciencia del que sabe que ningún atajo lleva a la construcción de un sujeto colectivo.
Argenpress: Los medios masivos de comunicación juegan un papel cada vez más importante en nuestras sociedades. Muy buena parte de lo que una persona 'piensa' el día de hoy, proviene de esos medios, de la televisión básicamente. ¿A dónde nos lleva esta cultura de la imagen que se ha ido creando? ¿Qué futuro tiene todo esto?
Santiago Alba: Yo he insistido en algunos de mis libros en que, más importante aún que el contenido del 'pensamiento', los medios de comunicación imponen el marco mismo de la recepción, una síntesis visual que de algún modo despoja de existencia al objeto de la mirada. Este proceso es inseparable de la mercantilización también de los inmateriales, colofón de la desmaterialización radical de las mercancías (incluidos las máquinas y el carbón). Mercantilización y visualización de la existencia son procesos paralelos. Nuestra economía es ya completamente 'imaginaria', no porque no produzca efectos reales (medibles en dolor e infelicidad) sino porque opera de tal modo al margen de los cuerpos, a partir de lo que ya no existe o de lo que todavía no existe, que ha acabado por imponer la ilusión de una emancipación total de la materia (mientras se mata a 4 millones de congoleños para extraer coltán, se machaca Irak para saquear su petróleo o se levantan muros para filtrar los cuerpos a la medida de las necesidades económicas de las metrópolis). La autopercepción de los seres humanos -sobre todo, obviamente, en los países capitalistas desarrollados- comienza en una imagen y se forma, se regula, triunfa o fracasa sin salir jamás del circuito de las imágenes: la publicidad marca la desontologización del ojo a partir de la cual ya no es posible distinguir -como no lo hace la propia economía- entre un campo de torturas y un parque temático, entre una guerra y unas olimpiadas o entre una catástrofe y una boda real. Nos siguen engañando y manipulando, claro, pero el cambio es mucho más radical y atañe al marco material de la percepción del que participan también las poblaciones más pobres del planeta a través de la televisión. Este marco material -con sus aparatos, artefactos y dependencias tecnológicas- es la fuente de un nihilismo espontáneo y estructural y creo que no conviene hacerse ilusiones desde la izquierda: hay soportes materiales, como recordaba Manuel Sacristán, que son en sí mismos no-comunistas y que el comunismo no puede utilizar a su favor.
Santiago Alba: Creo que conviene empezar por recordar que la contradicción fundamental, a principios del siglo XXI, sigue siendo la que enfrenta al capital y al trabajo y que, en algún sentido, los cambios que se han producido en el ámbito de la producción son novedosos respecto del siglo XX, pero porque constituyen un regreso a principios del siglo XIX, al período anterior al de las primeras organizaciones de clase. Barcos-factoría, asalariados reclusos, maquiladoras, trabajo infantil creciente, esclavitud (e incluso en Europa una nueva jornada laboral potencial de 65 horas), junto a un enorme ejército de reserva devastado -como en la descripción de Engels y de Dickens- por la droga, la bebida, la violencia recíproca, la desestructuración familiar y el sicariato dan toda la medida de esta monotonía capitalista de larga duración. Una gran parte de la población sigue viviendo en una 'modernidad clásica' y no en una 'postmodernidad postindustrial'. Y tan peligroso es ignorar las transformaciones como ignorar las continuidades y los retoños. En cuanto a las primeras, insisto en que tan decisiva como la desaparición relativa de la 'fábrica' -es decir, del 'lugar' antropológico para la articulación de resistencias colectivas- es la desintegración material del sujeto individual en un marco tecnoconsumista irresistible. Un reciente informe publicado en Il Manifesto demuestra que el 50% de los trabajadores en cadenas de montaje italianas son consumidores habituales de cocaína, heroína y otras drogas. Algunos lo hacen por las mismas razones que denunciaba Marx: para poder soportar los exigentes ritmos de trabajo. Pero la mayor parte de ellos introducen en la fábrica unas prácticas de consumo individuales adquiridas fuera y trabajan precisamente para poder seguir consumiendo. Puedes imaginar muy bien hasta qué punto estas prácticas de consumo individual alteran por completo la relación clásica con el lugar de trabajo y con los sindicatos. La mayor parte de los jóvenes europeos trabajan para poder seguir consumiendo (drogas, teléfonos celulares o chocolatinas).
Argenpress: Además del manejo militar del mundo, los grandes poderes manejan la cultura, quizá un arma más poderosa que los misiles nucleares. Con toda la tecnología de la industria cultural, nos han llegado a convencer que no hay alternativas al estado de cosas actual, al capitalismo consumista y depredador, que hay 'gente como la gente' y que hay gente 'que sobra'. Pero, ¿es cierto? ¿Cuáles son las alternativas? ¿Cómo movernos ante estas 'guerras culturales' a que estamos sometidos?
Santiago Alba: Como puede deducirse de mis respuestas anteriores soy muy pesimista. Creo, además, que la izquierda no afronta esta cuestión desde el rigor y el realismo sino a partir de ilusiones heredadas del progresismo ilustrado decimonónico. Vivimos, como he dicho, en un estado de hambruna generalizada, allí donde las solidaridades, las leyes, los contratos periclitan espontáneamente. O pensemos tal vez -se me ocurre ahora- en la imagen de la Peste, tal y como la relatan Tucídides y Lucrecio para la Atenas clásica o De Foe para el Londres del siglo XVII: gente que se encierra en casa, con víveres (y televisión) para no contagiarse y gente que se entrega a orgías apocalípticas, aún a costa de acelerar su muerte y la del planeta. Pero la hambruna y la peste son ahora tecnomercantiles y de la tecnología, al contrario de lo que ocurre con el Derecho y las conquistas laborales, no se puede retroceder. La hambruna y la peste han dejado mental y materialmente atrás el comunismo. ¿Cómo convencer a estos individuos biológicos -entomologizados- para que retrocedan cuando matarse y matar nos produce placer? Por eso la revolución -ya sé que no es agradable de oír y cuesta atreverse a decirlo- deber ser represiva, como lo entendieron bien Fidel y la revolución cubana. El socialismo, sí, es represivo, en el sentido freudiano: reprime el ello desencadenado (tecnológica y mercantilmente desencadenado) para constituir un yo civilizado. No es raro, en todo caso, que tantos pueblos de la tierra, a esta hambruna tecnoconsumista, no sepan oponer otra cosa que el puritanismo religioso y la premodernidad fundamentalista. El desafío heroico, casi imposible, de la izquierda anticapitalista es la de oponerse al mismo tiempo a estas dos fuerzas que dominan casi enteramente el horizonte…”

Especial para ARGENPRESS.info

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