martes, 9 de junio de 2009

Responsabilidad de la izquierda






Política - España. UE


Acaban de finalizar las elecciones europeas. La derecha local festejea. La izquierda hace mutis o se autocritica con indulgencia. Pero ¿qué nos dice a los argentinos y latinoamericanos?
En una sociedad global operando más allá de las percepciones personales, el resultado esta indicando varias cosas, que son analizadas en el título Lo mediocre gana poder.
Lo que sigue es una mirada útil para el análisis de nuestra realidad a pocos días de las elecciones locales.
FF

-----
“El legado de la izquierda liberal

Sobre los resultados de las elecciones de ayer pueden decirse muchas cosas. Y como no encuentro en la prensa una sola mención a los puntos que me interesan o inquietan, me animo a glosarlos aquí. Podemos partir de dos premisas, una de ámbito europeo y otra de radio doméstico. La primera, a mi entender bastante evidente, es que, de nuevo, la gran triunfadora de la noche fue la abstención. Más de la mitad de todos los ciudadanos con derecho a sufragio renunciaron a él. Esto tiene un significado muy preciso: una victoria de aproximadamente el 40%, como la que gozan los conservadores, equivale, en términos reales, a conceder el gobierno parlamentario europeo a un 16% de la población con derechos políticos. Una minoría bastante exigua, como puede comprobarse.

La segunda premisa se refiere a la lectura falseada que los principales partidos españoles han realizado de los resultados. Rajoy salió ayer entusiasmado diciendo que habían ganado las elecciones, así sin más, sin el calificativo de europeas. Ignacio Camacho, ese ideólogo refinado del centro-derecha, titula hoy su columna "Moción de censura" (del pueblo contra Zapatero). ¿Alguna mención a los 20 puntos de participación que median entre las elecciones de ayer y unas generales? Ninguna, por supuesto, para qué estropear la estrategia de propaganda, que consiste sobre todo en crear la atmósfera de cambio como si fuese real. Por lo que atañe al PSOE, su versión no era menos tergiversada. Afirmar que la formación social-liberal española ha sido la que ha obtenido las mejores cifras en Europa supone una verdad a medias, visto que tal proporción sólo es posible por el descalabro generalizado de las socialdemocracias. Y, en fin, lo de IU no tiene menos mérito, contentos por mantener las dos poltronas y por "consolidarse como tercera fuerza estatal", pero a costa de esconder debajo de la alfombra los 60.000 votos perdidos, o sea, más del 10% de los apoyos.

El resultado global es bien claro: victoria -pírrica en términos totales, abultada en términos parciales- del liberalismo conservador en Europa y derrota estrepitosa de la izquierda liberal. Ahora bien, estos dos fenómenos se hallan, cómo no, íntimamente conectados y el punto de engarce podríamos identificarlo con el olvido socialdemócrata del materialismo. Si desde el principio hubiesen tenido presente que los gobiernos son expresión de la estructura económica, social y cultural de sus países, y no al revés, habrían adivinado que impulsar, como lo han hecho sin descanso, un modelo social de libre mercado, valores neoliberales y relaciones individualizadas no podía engendrar sino una gobernación de derechas. ¿Qué esperaban, que gobernar en contra de los intereses de los sectores que potencialmente les apoyarían y en favor de los amos iba a traducirse en la resignación de aquellos y el beneplácito de éstos?

La derecha, gobernadora natural de esta sociedad derechizada, lo tiene mucho más claro. Es -según trataré de argumentar un día aquí más extensamente- el último vestigio de los partidos de clase. Defiende sin ambages los intereses de una capa social muy definida que cuenta con los resortes mediáticos necesarios para hacer creer que tales intereses particulares equivalen al interés general de la sociedad. Persigen descaradamente, sin sutileza alguna, aquello que Pierre Bourdieu llamaba "el beneficio de la universalización": pasar por bien común un bien particular. Y es además una fuerza inmunizada frente a determinados requerimientos ético-democráticos, precisamente porque está inspirada por creencias privatistas y religiosas en lugar de públicas y civiles. Así, no debe llamar a escándalo -y sobre esto también incidiré aquí algún día- que los apoyos al PP o a Berlusconi no mengüen por la corrupción, pues el beneficio privado aún en contra de la ley estatal es una seña de identidad del liberalismo conservador, que sólo cree en el Estado cuando garantiza tal beneficio.

Sólo una buena noticia se atisba en el horizonte: el renacimiento de la izquierda real. El Bloco de Esquerda portugués ha conseguido casi el 11% de los votos (382.000 aprox.). Entre el neotroskista Nouveau Parti Anticapitaliste (4,9%) y el Front de Gauche (6%) suman en Francia una proporción similar, a la que cabe añadir la enérgica irrupción de los verdes, con más votos incluso que los socialdemócratas. Y en Alemania Die Linke llega al 7,2%, siendo la fuerza vencedora en varias provincias de la antigua República Democrática.

Si esto no ha ocurrido en España, se debe a varios factores: en primer lugar, el bipartidismo está entre nosotros mucho más arraigado que en los demás países, tanto por el apego tradicional al turnismo británico -recuerden la Restauración- como por el triste recuerdo del paralítico pluripartidismo de la II República, empeorado aún más por ese utilitarismo de perfil bajo que caracteriza al españolito, que identifica unas elecciones con un partido de fútbol; en segundo lugar, por el carácter radical -nacionalcatólico- de nuestra derecha, que anima el voto resignado y reactivo al PSOE, algo que éste trata de explotar sin recato alguno; y en tercer lugar, por la trayectoria nefasta de IU, carente de credibilidad por sus divisiones internas e incapaz de aglutinar a todas las corrientes transformadoras, que, como IA, han tenido que irse fuera para hacer -a mi pesar- un ridículo considerable sacando la mitad de votos (25.000) de los que sacó el Partido del Cannabis en 2004.

Y si tampoco ocurre en Italia, se debe igualmente a esa disposición anímica que oscila entre apoyar a social-liberales esperanzados con un cambio en pro de la justicia social o abstenerse resignados pensando que, si la izquierda liberal no hace nada, menos aún puede hacer una panda minoritaria de marginales sin sentido alguno de la realidad. Y es precisamente esta oscilación fatal y sin salida, que sólo rentabiliza la derecha, la que debe romperse cuanto antes.

El problema de la izquierda real es que sobre ella pende el estigma del totalitarismo, ya sea por causarlo y construirlo ella misma como por provocarlo en los sectores reaccionarios. Contra lo primero sólo caben dos remedios: construir programas estratégicos y verosímiles, cuya aplicación no requiera un exceso intolerable de autoritarismo, y distanciarse constante y expresamente del estalinismo criminal, de toda forma de anulación del pluralismo y de las libertades conquistadas. Y contra lo segundo debe argumentarse sin parar que la reacción totalitaria conservadora no desacredita a quienes querían reformar un modelo socio-económico inquino sino a quienes ponían sus privilegios por encima de la vida de millares de seres humanos.

Pero dicho esto, el estigma del totalitarismo y del irrealismo sólo puede borrarse con un pacto con la izquierda liberal. Y para que este pacto sea posible, la socialdemocracia debe desplazarse sustantivamente hacia la izquierda, no apropiándose de puntos programáticos del socialismo y el comunismo, sino mostrando su disposición a llevarlos a la práctica en hipotéticos gobiernos de coalición. Sólo la fuerza que en un momento dado cuenta con la credibilidad y la experiencia de gobernar puede sacar de la marginalidad al depósito ético de nuestras sociedades. Piensen, por ejemplo, en Obama: basta que él apueste por medidas radicales para que ya no lo parezcan tanto. Y como la izquierda de González, Blair, Schröder y, ahora, Brown, Royal y Veltroni, está fulminada, sólo una lectura social-liberal de esta clase, que le lleve a preferir gobernar con la izquierda socialista y comunista en lugar de con los conservadores, puede hacer reemerger a la izquierda entre nosotros y borrar ese sinsentido de que se alcen victoriosos en medio de una crisis precisamente los que defienden los principios que la causaron. Se trata, en efecto, de recuperar el discurso de clase que enarbolan sin complejos los derechistas; se trata, en suma, de no caer más en la trampa conservadora de que una sociedad justa, pacífica y gobernable es aquella en la que existen dos partidos mayoritarios de centro, con exclusión pactada de las restantes formaciones a la izquierda, pues este axioma, preconizado no por casualidad por los conservadores y por algún incauto social-liberal, termina otorgando los gobiernos a las derechas. Y todo esto en España -en contra de lo que yo creía, defensor de la segregación del PCE y del ejemplo portugués- pasa por un reforzamiento de IU.

Tenía razón un conocido filósofo del derecho con quien hace poco trabé amistad cuando me decía que poco o nada hay a la izquierda de IU. Ya se ha visto, 25.000 miserables votos que bien harían volviendo a la única fuerza con posibilidades en España, como bien haría ésta abriéndose a las nuevas energías que representan los treintañeros soñadores de IA.”

> http://dickyturpin.blogspot.com/2009/06/el-legado-de-la-izquierda-liberal.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario